Ser ciego sale muy caro.

Llevaba tiempo pensando en una entrada explicando las bondades de la tecnología pero cada vez que pensaba en esas bondades me venía a la memoria el coste asociado a disponer de esa tecnología.

Por definición, cualquier diseño o tecnología específica para un grupo reducido de personas es caro, porque alguien tiene que pagar el desarrollo y el producto final no tiene mucha salida porque siendo exclusivo para pocas personas no interesa al resto lo que hace que esas personas tengan que pagar a precio de oro ese producto final.

Esto es aplicable particularmente en productos dedicados a las personas con discapacidad, sea esta la que sea. Una silla de ruedas solo interesará a las personas que no pueden caminar, un lector OCR interesará sólo a los ciegos, o un audífono sólo a los sordos.

No voy a entrar en las necesidades de otros colectivos porque las desconozco y es por eso que me voy a limitar a los problemas que nos encontramos los ciegos en nuestra vida diaria.

En casa necesitamos saber qué productos tenemos en nuestras manos. Pocas marcas los rotulan en Braille por lo que necesitaremos tecnología para cosas tan simples como distinguir un bote de mermelada de un bote de garbanzos, o la más clásica en la que caen los videntes: un brick de leche de uno de caldo de pescado.

Aquí, podemos decir que una aplicación pensada para el público general nos da una mano.

Yuka en Google Play

Yuka en la Appstore

Esta app pensada para conocer si un producto es recomendable o no, la utilizamos los ciegos para saber el nombre del producto que tenemos en nuestras manos.

Qué ocurre si queremos conocer la fecha de caducidad?

Pues, que toca pasar por caja y contratar un plan con

zuzanka para Android

Zuzanka en la AppStore

Esta aplicación en su última versión integra también los códigos de barras que vimos con Yuka, un lector de QR y un OCR para poder leer si fuera necesario.

Esta app, tiene el inconveniente de tener que pagar una subscripción para poder utilizarla, y es aquí donde ser ciego empieza a salir caro.

No es normal que por ser ciego y porque las administraciones correspondientes no hagan su trabajo, yo tenga que pagar por acceder a una información imprescindible en las mismas condiciones en las que accede una persona que ve, y además con el inconveniente de que no siempre las informaciones son correctas.

No es la primera vez que en lugar de darme la fecha de caducidad me da la fecha de fabricación con el consiguiente susto.

Otro momento en el que nos sentimos discriminados es cuando necesitamos encontrar electrodomésticos necesarios para nuestra vida diaria.

Seguramente será mucho más fácil de fabricar un panel táctil que un botón físico, y eso hace que cualquier electrodoméstico que podamos necesitar sea en primera instancia inaccesible porque …¿Donde están los botones? Una vez que los encuentro, ¿qué hace cada botón? ¿qué pone en la pantallita digital?

Aquí las soluciones son dos: O encontramos el electrodoméstico equivalente antiguo y con botones físicos o nos adentramos en el difícil mundo de la domótica y las aplicaciones para la gestión de electrodomésticos.

Los ciegos aquí nos dividimos en dos tipos: Los que nos gusta la tecnología y aceptamos los riesgos y los que no tienen acceso a la tecnología bien por motivos económicos o porque esa tecnología no es del todo accesible y usable.

Lógicamente la tecnología conectada es mucho más cara que la tecnología no conectada y nos toca pasar por caja. También la disponibilidad de electrodomésticos con botones físicos es mucho menor, más cara que la tecnología con paneles táctiles y con menores prestaciones. Vuelve a salirnos caro ser ciegos.

Pero espera: ¿Cómo era eso de la tecnología conectada y accesible?

Siempre hay un valiente que prueba un electrodoméstico, bien porque lo tiene un familiar o porque ha decidido jugársela. Descubre que ese dispositivo es usable, que la aplicación que lo gestiona tiene lo que se requiere para que un ciego pueda manejarla en libertad y feliz decide que es bueno aconsejar la compra del electrodoméstico en cuestión. Luego, como quiera que las más de las veces esa aplicación es accesible y usable por casualidad, tenemos incidentes como el que he sufrido con una freidora de aire.

Yo estaba feliz porque la freidora era compatible con mi asistente vocal, tenía una app usable hasta que a la marca le dio por darle un lavado de cara. En el lavado de cara se olvidaron de la accesibilidad y ahora tengo una freidora de aire muerta de risa en casa que no responde a los comandos del asistente vocal salvo para encenderse y apagarse con un programa fijo de temperatura.

Llevo dos meses negociando con la marca para hacerles entender el problema y he tardado uno en demostrarles donde tenían que tocar y cómo hacerlo. Es curioso que una empresa grande con un equipo de diseño de aplicaciones desconozca la documentación de diseño accesible de la plataforma para la que diseña.

Es lamentable que tenga que ser un cliente final el que se lo tenga que hacer ver, y es penoso que una vez entendido el problema tengan que tomarse dos meses de plazo para intentar solucionar el problema.

Estoy esperando a la fecha que dijeron para ver si efectivamente cumplen con lo prometido y solucionan el problema, porque antes de tocar la aplicación funcionaba de casualidad.

Ser ciego sale caro, porque una decisión de una empresa respecto a sus productos sin respetar las mínimas normas de accesibilidad y usabilidad puede hacer que un producto que precisamente barato no es, se nos quede como un elemento decorativo en casa.

En un mundo ideal, muchos de los productos en comercio podrían ser accesibles simplemente con unas pequeñas atenciones a la hora de diseñar, pero a fecha de hoy, prima mucho más la estética y el ahorro de costes que el diseño útil y accesible.

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